
Desperta Ferro Historia Antigua y Medieval Nº 52...
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«[…] Experimentó tal desesperación, que se dejó crecer la barba y los cabellos durante muchos meses, golpeándose a veces la cabeza contra las paredes, y exclamando “Quintilio Varo, devuélveme mis legiones”. Los aniversarios de este desastre fueron siempre para él tristes y lúgubres jornadas». (Suetonio, Los doce Césares 23). Con estas palabras retrataba el historiador Suetonio la reacción del emperador Augusto al recibir la noticia de que tres legiones completas, junto con sus unidades auxiliares, habían sido aniquiladas en un bosque de Germania. El lugar concreto de la batalla, el bosque de Teutoburgo, una de las mayores humillaciones de las armas romanas. Merced al descubrimiento arqueológico del lugar en el que se produjeron los enfrentamientos del último día de la batalla, podemos hoy saber mucho más de aquel suceso. Trataremos de analizar las circunstancias que llevaron a su dramático final, los detalles del proceso y sus consecuencias tanto inmediatas como, sobre todo, a largo plazo, en la definición de las fronteras del todavía muy joven imperio.
Ante los ojos de los romanos, los germanos eran un pueblo primitivo, aunque ello no era óbice para que no solo pudieran derrotar a los ejércitos que Roma había empleado para conquistar el mundo conocido sino incluso aniquilarlos. En consecuencia, Roma se vio obligada a considerar seriamente a este pueblo. La batalla del bosque de Teutoburgo, en el año 9 d. C., marcó un antes y un después en las relaciones diplomáticas entre ambos. Dos trabajos, el De Bello Gallico de César y la Germania de Tácito, nos brindan valiosa información acerca de la disposición de las tribus germánicas en los territorios entre el Rin y el Elba. Otras fuentes relevantes son los Anales de Tácito y las tres obras denominadas Historia de Roma de Veleyo Patérculo, de Floro y de Dion Casio.
Tácito señala que Arminio atacó a la columna de marcha romana con guerreros selectos. Es probable que se tratase de su séquito personal. Y es que la autoridad de un líder se medía por su carisma, bravura, éxito militar y tamaño de su séquito. Si el príncipe o líder triunfaba en la guerra podría mantener un mayor séquito, en tanto estos exigían armas, caballos y otros bienes a cambio de su servicio. De este modo, muchos guerreros acudían a ponerse al servicio de líderes y príncipes victoriosos, aunque no pertenecieran a su etnia o tribu, y les prestaban juramento de fidelidad. Estos séquitos formaban verdaderos ejércitos permanentes incluso en tiempos de paz, periodo durante el cual los guerreros se dedicaban a cazar y celebrar banquetes. Su tamaño podía variar entre un par de docenas hasta cientos de guerreros.
Días después de la derrota romana en el bosque de Teutoburgo a manos de Arminio, un mensajero se presentaba ante Augusto para informarle de la aniquilación de las legiones XVII, XVIII y XIX, y con ella la destrucción de todas las guarniciones romanas situadas más allá de la frontera del Rin inferior y el fracaso de los esfuerzos realizados desde las campañas de Druso y Tiberio. Suetonio explicará que el viejo emperador calificó la fecha de la derrota de Varo como un día nefasto y recorrió los pasillos de su palacio con aspecto dejado y sumido en la desesperación, golpeándose la cabeza contra las paredes mientras exclamaba: Quinctili Vare, legiones redde! (“¡Quinctilio Varo, devuélveme mis legiones!”).
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