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Desperta Ferro Especial Nº XXXII: Panzer Volumen 6 (1945). Los últimos Panzer
Venderse al mejor postor con el cometido de acabar con vidas ajenas fue algo que dio lugar a una figura muy particular: la del mercenario. En este número investigamos los mercenarios en el mundo antiguo: hispánicos, griegos, itálicos, epirotas, galos, partos y otros tantos, así como el papel que jugó Sicilia como foco de confluencia de mercenarios con distintos orígenes. Trataremos de descubrir las aspiraciones y deseos de esta figura, no solamente propia de civilizaciones bárbaras. Desde reyes de Esparta a Epiro, muchos ofrecieron sus ejércitos como mercenarios a cambio de una buena recompensa o beneficiar sus propios intereses. Esperamos que nuestros lectores que, al igual que los buenos mercenarios, estáis siempre al pie del cañón reciban una merecida recompensa. Nos movemos pues con cautela y teniendo siempre presente que “Roma no paga a traidores”.
El servicio mercenario fue uno más de los vectores de interacción que cruzaban el Mediterráneo durante la Antigüedad, y que puede intentar comprenderse desde los esquemas de centro y periferia. Como el poeta Alceo cantara a su hermano Antiménidas, mercenario del rey de Babibilonia, «Has venido de los extremos de la Tierra con una espada de ebúrneo puño incrustado de oro»…
La figura del mercenario hispánico y su importancia está sufriendo un proceso de puesta al día de la mano de una visión renovada de los materiales arqueológicos, iconográficos y textuales, tal y como aborda Raimon Graells, investigador del RGZM, en este artículo ilustrado por Pablo Outeiral.
En el año 480 a. C. tuvieron lugar dos grandes batallas que sellaron el destino de los griegos y contribuyeron a marcar fuertemente la historia de los pueblos mediterráneos: una de ellas transcurrió en las aguas de Salamina, frente a la ciudad de Atenas. La otra, tuvo lugar en Sicilia, frente a los muros de la colonia de Himera, y fue el enfrentamiento en que por vez primera se nombra a mercenarios ibéricos, enrolados por los cartagineses.Ilustrado por Radu Oltean y con mapas de Carlos de la Rocha.
«Hubo un tiempo en el que los tarentinos disfrutaron de una pujanza sobresaliente, mientras se rigieron por un régimen democrático. Así, poseían la mayor flota de la región, al tiempo que disponían de 30 000 soldados de infantería, 3 000 jinetes y 1 000 comandantes de caballería.[…] Pero a la postre, por esa misma prosperidad, la molicie se apoderó de ellos hasta el extremo de que cada año se celebraban entre ellos más fiestas públicas que días tiene el año; y ésta fue también la causa de que el gobierno de la ciudad empeorara. Uno de los síntomas de la decadencia política es el hecho de que se empleara comandantes mercenarios, por ejemplo Alejandro el Moloso, al cual encomendaron la lucha contra los mesapios y los lucanos, e incluso con anterioridad Arquídamo, el hijo de Agesilao; osteriormente, Cleónimo y Agatocles, y, finalmente, Pirro, cuando se coaligaron contra los romanos» (Estrabón VI.3.4). Ilustrado por Pablo Outeiral y con mapa de Carlos de la Rocha.
A juicio de los antiguos autores griegos y latinos, las poblaciones de estirpe itálica asentadas en la Italia centro-meridional en época prerromana eran tenidas por gentes violentas y belicosas para las que la guerra y las actividades predatorias representaban un modo normal de existencia y de relación. El servicio mercenario, que desarrollarán en la Magan Grecia y Sicilia, se explica así como una faceta más en la evolución de estas sociedades y en sus contactos con otros ámbitos culturales. Ilustrado por Pablo Outeiral.
Si bien la imagen de las bandas mercenarias pasando de un contratante a otro es de lo más familiar, ello no debe ocultarnos que, en la Antigüedad hubo otra realidad bien distinta, de la que la expedición de los Diez Mil fue su mejor paradigma: la “vocación política” de los mercenarios. Con mapa de Carlos de la Rocha.
El de mercenario es, por lo menos que se sepa, el segundo trabajo más antiguo del mundo y, como toda cuestión con un largo recorrido, ha sufrido mutaciones y cambios en la misma medida que lo hacía la sociedad donde éste se desarrollaba. Daniel Gómez analiza el desarrollo del mercenariado griego en relación a ese vecino que tanto mediatizó el desarrollo histórico de la Hélade: el Imperio aqueménida. Ilustrado por Ángel García Pinto.
«Los reyes de Oriente no hacían ninguna guerra sin el ejército mercenario de los galos ni recurrían a otros que no fueran galos cuando eran expulsados de su reino. Tan grande era el temor al solo nombre de los galos y el éxito invencible de sus ejércitos, que creían no poder defender su majestad ni recuperarla, una vez perdida, sin el valor de los galos» (Justino, Filípicas, XXV.2.8-10).
En el año 241 a. C., los ejércitos de mercenarios y libios reclutados por Cartago para luchar en Sicilia volvieron al norte de África bajo los términos del tratado de paz con Roma. Antes de terminar el año, se rebelaron contra sus empleadores y desencadenaron un gran conflicto en el territorio púnico del norte de África que el historiador Polibio llamó la “Guerra sin cuartel” o “Guerra Inexpiable”. Ilustrado por Sandra Delgado y con mapas de Carlos de la Rocha.
Las fuentes clásicas que nos han llegado son en general conservadoras y partidarias del empleo de milicias ciudadanas de hombres libres, propietarios que luchaban por sus familias y su patria: “se comprenderá en qué se diferencian, y hasta qué punto, las tropas mezcladas y bárbaras, de las educadas en costumbres políticas y en leyes ciudadanas” (Pol. I.65.7). Se sobreentiende que estas milicias son las únicas que garantizan fiabilidad y lealtad. Curiosamente se aprecia además en las fuentes un particular rechazo a la recluta de mercenarios bárbaros, mientras que la existencia de mercenarios helenos no sufre la misma reprobación. En todo caso, y pese a una cierta mala conciencia intelectual sobre los mercenarios, las fuentes clásicas se veían por lo general obligadas a reconocer que en Grecia los mercenarios, pese a todos sus inconvenientes, se mostraban superiores en el campo de batalla a los soldados ciudadanos, incluso aunque estos últimos les superasen en coraje. Ilustrado por Ganbat Badankhand.
La estructura política de Roma durante los últimos siglos de la República hizo necesaria la formación de cuerpos o guardias personales para la seguridad de jefes militares y líderes políticos en un período en el que las luchas sociales y los enfrentamientos civiles hacían frecuente la eliminación de los oponentes mediante el asesinato, la detención o el destierro, y las leyes podían conculcarse a voluntad tanto de las diferentes facciones políticas como de los dictadores, sirviendo de ejemplos los conflictos de los Graco o las luchas entre partidarios de Mario y Sila. Por ello fue frecuente que la seguridad de los dirigentes no se encomendara al ejército o a las milicias públicas, sino que desde el siglo III a. C. aquellos que estaban potencialmente amenazados, tanto en Roma como en el gobierno de las provincias o en campaña cuando ejercían un cargo militar, recurriesen al reclutamiento de grupos de amigos o clientes con experiencia militar para que velaran por su seguridad personal. Ilustrado por Milek Jakubiec.
A pesar de que las fuentes son extremadamente parcas y que la creación de un ejército profesional bajo Augusto parecía haber puesto fin a la necesidad de recurrir a este tipo de tropas mercenarias, existen evidencias de contingentes transfronterizos a sueldo que sirvieron y combatieron junto al ejército romano del Principado, como las fuerzas auxiliares especializadas reclutadas ad hoc entre tribus y pueblos de más allá de las fronteras –gentiles–. Mapa de Carlos de la Rocha.
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